UN DÍA EN EL ASILO DE ANCIANOS DE ABANCAY
Carlos Antonio Casas
06/05/2022

Son las cinco de la mañana, recién empieza a clarear afuera, pero adentro bulle la actividad. En las habitaciones se encienden las luces y empieza el movimiento. Las cuidadoras y entre ellas, las aspirantes a novicias, llegan con sus risas y sus alegres vocecillas, contagiando su energía desbordante, saludan alegremente a los amodorrados ancianos.

Como la mayoría de los adultos mayores del mundo, los residentes tienen el sueño muy ligero y no necesitan descansar mucho, aunque a esa edad, pudieran hacer uso del sagrado derecho a levantarse tarde, sobre todo, para no sufrir el frío glacial de la madrugada, pero no, los abuelitos son ultra madrugadores. Tal vez sea un desapego instintivo al sueño por aquellos peligros inherentes a la cama, que bien enunció Mark Twain cuando dijo: “muere mucha más gente en la cama que en cualquier parte”.

Y debe ser muy grato para ellos despertar así, llenándose de felicidad al saber qué, como todos los días, siempre hay alguien que vela, se ocupa y se preocupa por ellos.

Maribel, la laboriosa y amorosa voluntaria y la misma Madre Milagros, ya están por todo lado, dirigiendo y supervisando las labores y ayudando en las tareas que, a veces, se complican.

Ayudan a los ancianos a incorporarse, a asearse, cambian los pañales a los que los usan, los ayudan en sus abluciones matinales, los peinan y embellecen, cuidando siempre de complacer a las damas que son mucho mas exigentes que los caballeros en su acicalamiento.

Luego empieza el frenesí de la limpieza de las habitaciones, a mover las camas, para barrer y baldear por todos los rincones, volver las camas a sus lugares y después sacudir la ropa de cama, antes de tender cada una de ellas adecuadamente, hasta dejarlas lisas, como mesas.

Algunos van al comedor por sus propios medios, a otros hay que ayudarlos y a algunos más llevarlos en sus sillas de ruedas.

El desayuno llega, calientito y fragante. Un buen jarro humeante con leche o algún cocido nutritivo, junto con sus panes elaborados allí mismo, en la panadería.

Muchos abuelitos necesitan ayuda, y las cuidadoras se distribuyen entre ellos.

Cuando terminan, empieza el desfile al patio para disfrutar del vivificante sol abanquino.

Don Roberto Huaccharaqui, uno de los residentes más entusiastas, se ha adjudicado a si mismo ser el motor de sus compañeros que no pueden movilizarse. Así que, con un entusiasmo contagiante y con la pericia de un piloto de carreras, empuja alegremente cada silla hasta ubicarla en un buen lugar en el amplio patio rodeado de jardines, y luego vuelve, casi al trote a empujar una silla más. Eso sí, a las damas les suele robar un beso en la mejilla por sus servicios.

La mamá Guille, otra residente que colabora obsequiando su sabiduría y destreza en la preparación de los alimentos, se sienta a disfrutar de su desayuno, luego de haber servido a sus compañeros desde muy temprano.

Don Ántero, mientras tanto, otro residente de los que colaboran arduamente, si no está dedicado a las labores de jardinería, ya está en su taller confeccionando o reparando los utensilios de limpieza y otros más, con ingenio y maestría, a veces reciclando materiales para no desperdiciar nada.

Y así, empieza un nuevo día, cada mañana en el Asilo de ancianos de Abancay, donde las madres Carmelitas se empeñan en brindar óptimas condiciones de vida a los residentes, con amor y dignidad.

Las niñas que asisten al colegio por las mañanas toman su desayuno y salen raudamente a sus centros de estudio y las que estudian en horario vespertino, se dedican a sus tareas y a estudiar, pues todas ellas se caracterizan por lograr esplendidos resultados en sus estudios.

De ellas, silenciosamente, emana un mensaje positivo que todos deberíamos aprender.

¡Escoge ser feliz y contagia tu amor, tu alegría y tu energía positiva!

 

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